miércoles, 16 de junio de 2021

Hombre y niño

“El día en que todo salió mal” iba a ser el título de este escrito, sin embargo la idea  no es desalentar a quien haya tenido un mal día. Todos en algún momento hemos atravesado días difíciles.  Así empiezan muchos libros, relatos novelados, películas  y telenovelas, es un recurso argumentativo que usa el escritor para sumergirnos en la psicología del personaje principal que actúa como narrador confeso de su propia tragicomedia.

-Prosigo: Hay días malos y días buenos, días felices, y bueno, días que muchos hubiésemos deseado: no salga el sol.  En cuanto al clima, no sé porqué universalmente asociamos días lluviosos con la tristeza, a mi –en particular-  me cautiva la lluvia:  su olor, el sonido creciente y decreciente del agua cayendo, la brisa fresca, el ruido del chapoteo, los techos sonando, ver el cielo gris me da una sensación de seguridad, además de comodidad a la vista, me gustan tanto los días nublados, son la combinación perfecta para quedarse en casa, trabajar empijamado,  así como hoy, abro la ventana, tomo mi lapto y mientras bebo una taza  de café caliente -humeante y oloroso-, escribo la confesión de mi debilidad.

Un día de esos inolvidables, estando yo en una iglesia populosa, llenos todos los bancos de personas con sus caras flacas, gordas, caricaturescas, lindas y espeluznantes, se me pide si puedo participar de los oficios recitando el salmo del día, como estaba con mi novia accedí, el enamorado no se niega a nada, según la sabiduría popular “enamoraO no es gente” y doy fe de ello. Acto seguido, subo al ambón, esa cosa que colocan a un lado del altar católico, en donde los que no son sacerdotes leen y participan de la misa haciendo ciertas lecturas. No me sentía como de costumbre, un no sé qué acontecía entre las columnas de mi ser, comienzo a recitar aquel dichoso salmo procurando entonar las frases, articulando: tono, timbre, armonía y texto según el estilo gregoriano tradicional; pero esta rimbombancia pretendida se quedará en el camino, mi pecho se aprieta, mi corazón salta y golpea para querer salir por mi boca, siento frío, mi frente exuda goterones, mis manos bailan al song del más sordido reggaetón que suena estridente en la esquina de la plaza, mis piernas se derriten como chicle en el asfalto y mi lectura es tan torpe como la de un niño en sus primeras lecciones del abecedario.

Mi mente sorprendida pregunta: ¿qué está pasando… nunca me había equivocado, así en público, qué vergüenza? No solo leí mal, cambié los versículos del salmo, modifiqué La Palabra de Dios diciendo disparates, porque no podía creer lo que estaba leyendo, David pidiéndole a Dios “destrúyenos, somos malos, no merecemos Tu perdón, haz que los enemigos nos invadan, nos aniquilen y nos humillen” y así más y más cosas peores –lo cierto es que dije todo lo contrario a lo que allí estaba escrito-. Cuando al fin levanto los ojos, veo el rostro sereno de esa mujer y su hermosa mirada que me hacía sentir lo impensable solo con parpadear, sentada en la distancia, brillaba para mí, solo para mí... Como la luz al final del túnel.

Terminado mi suplicio como salmista del desastre, nadie se enteró de los neo-versículos, excepto el bendito cura,  con el cual me disculpé luego en la sacristía, la feligresía solo tuvo que soportar el trastabilleo de una mala lectura ¡Por Dios Santo, era como estar en Tv en vivo y tener una caraota en el diente! Mis axilas eran par de arepas en mi camisa recién planchada. Luego de bajar del altar y volver a mi lugar, lo más digno que pude, al estar sentado junto a mi novia no salía del asombro de lo ocurrido. Aún hoy recuerdo el frío de la madera al momento de sentarme y lo cálida de su mano suave y perfumada, mi enamorada sonrió tímidamente y se acojinó en mi regazo con elegancia y tierna mesura.

Momento de Publicidad: Mido 1,80m de altura, peso 95 kilos, tengo los ojos grandes color café de mi madre, piel clara trigueña de mejillas rojas de siempre reír, por aquellos días usaba el cabello largo con risos negros, hablo en un tono alto, camino con seguridad, y, no soy precisamente un blanco de humillaciones, me gusta hablar en público o a grupos numerosos sin temor, pena ni gloria; además me encanta conocer gente nueva y no tengo pelitos en la lengua para iniciar una buena conversación con un desconocido o un recién presentado,  aunque debo reconocer que soy un tímido-extrovertido, esto último es un rasgo al que he tenido que acostumbrarme, vivir conmigo es algo particular, no me gusta sentir miedo, aquello a lo que temo, más que una molestia representa un reto a ser superado y no un obstáculo en mi caminar.

Al tocar la mano sedosa de aquella mujer a la que cortejaba, lo entendí todo, la solo presencia de ella me tenía fuera de mí, todo control personal, todo dominio emocional, toda planificación estaba anulada por el volcán de emociones que su amor generaba en mí. Esa joven sencilla, bella, auténtica, humilde en modales: Era mi kryptonita, mi debilidad, tenerla cerca era hacerme humano, bajar del pedestal de mi infalibilidad. Este estado de fragilidad -nuevo para mí- me tenía consternado, afectado, inquieto; hasta para el amor debemos adecuarnos.

Esta relación tuvo su tiempo, su clímax y un desenlace, hoy somos amigos, chateamos cada cierto tiempo; pero, aquel día en el cual caí en la conciencia de mí finitud, de mi posibilidad a equivocarme, del no control que tenemos  sobre nada a nuestro  alrededor: Eso no salió de mi memoria. 

El día en que todo salió mal, se convirtió en el espacio en el que aprendí a caer y a levantarme, a no tener miedo en admitir mis errores, a saber-me un perfecto imperfecto perfectible, una obra en proceso. Hombre y niño…



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