domingo, 4 de diciembre de 2022

Las muletas no me dejan caminar

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La mañana de hoy se debate entre la brisa fresca y el calorcito tropical, ha llovido pero empieza a calentar, el petricor puebla; mientras, alrededor cada quien va a su destino. Caminando, pensando en mil y un cosas, mientras estoy yendo, en un rumbo fijo por la acera, solo interrumpido por esquivar los pequeños charcos que dejó la lluvia matutina.

A la distancia de un tiro de piedra, vienen cruzando la calle, en contra de mi dirección, una mujer con una niña cargada, digamos que son madre e hija, ambas risueñas parecen jugar y pasarla cheverísimo. La señora de mediana edad, está en esa etapa de la vida en que aún luce joven como una flor pero con un toque marchito, en su semblante se nota lo asoleado que ha sido su experiencia, ella es de 1.60m de altura aproximadamente, de rostro redondo, su piel es tostada como quien ha acumulado varios bronceados, lleva una cola de caballo y su melena se mueve irregularmente al ritmo de los trasteos de su caminar, viste zapatos deportivos blancos con detalles rosados, pantalones jeans y blusa blanca de algodón; sobre su espalda lleva a “caballito” a su hija, una niña con un sombrero blanco florido muy hermoso, que contrasta con la sencillez de su ropa, está casi en pijamas, a la jovencita yo le calculo no más de 11 no menos de 10 años, su tamaño es el de las niñas que casi están dejando su infancia para convertirse en señoritas, de tez muy blanca, lleva una sonda en la nariz. Las risotadas de ambas eclipsan el esfuerzo animal que está haciendo la joven mujer, me pasan por un lado, y, hombro a hombro compartimos una sonrisa tenue, disimulada y breve, ellas siguen su camino; pero, yo no logro reencontrarme con el mío. 

¡Las muletas no me dejan caminar!
dice la joven señora, al escuchar tales palabras, yo  volteo involuntariamente, por curiosidad, no lo sé. En el lapso de un vistazo logro identificar que, la señorcita lleva un bolso marrón tipo morral en su brazo izquierdo, repleto de cuanta cosa –solo ella sabrá-, sobre su espalda cabalga la hija con la delgadez de una muñeca, en su espaldita se le detallan a través de su ropita los huesitos de su columna, la niña no tiene largos sus cabellos, el sombrero cubre más de lo que debería; del mismo modo, su mamá lleva en el brazo derecho las muletas que le entorpecen al andar, mientras sujeta con ambas manos las piernas –por las rodillas- de su hija-jinete.

Se vinieron conmigo, ellas no lo saben, no alcancé a dar siete pasos de nuestro encuentro fugaz, cuando de mi ojos surgen lágrimas involuntarias, al principio de ternura, pero al llegar a la esquina para cruzar la calle, no pude contener el sentimiento de aquello que vi, en un breve instante contemplé a la misma joven madre, en la penumbra de su noche, quizás en la cocina, o tal vez en su habitación, no lo sé, solo la veo cansada por su arduo día, agobiada físicamente por el esfuerzo, cansada de estar cansada, feliz de darlo todo por su criatura, y angustiada por querer ver sana a aquella persona que se ha vuelto el sol de su mundo en una noche sin luna.

Ha pasado tiempo desde aquel encuentro, y aun puede iluminarse mi día con el brillo de aquellas sonrisas, con el trinar de aquellas carcajadas, que se ríen de la torpeza de sí mismas, de la imposibilidad de caminar erguidas, de una madre que se ha vuelto el anda de su niña, el burro de carga de su hija, el elefante blanco de la princesa. “..¡Las muletas no me dejan caminar..” son unas palabras que siguen rondando mi cabeza, arrugando mi corazón y anudando mi garganta.

¿Acaso, no es de suponer que las muletas deben ayudar-nos a caminar? Pero, es que en este caso estorban, interrumpen el esfuerzo de la mujer que sabe que deben llegar rápido para recibir el tratamiento, o para evitar los dolores producto del esfuerzo y la movilidad impedida de la niña,  la joven señora, juguetea y la pasa chévere con su bebé de 11 años, y, ofrece en oblación su fuerza, su sudor y su alegría de mujer.

¡Las muletas no me dejan caminar!
Son una querella que nos exhorta a vivir a plenitud en la medida de nuestras fuerzas, en lo posible de nuestras posibilidades; pues, a veces nos aferramos a depender de apoyos que nos limitan, por costumbre o comodidad.  

Gracias por leer-me
Reniz Concepción
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* La imagen que encabeza muestro relato, es una obra de la artista argentina Virginia Palomeque, titulada Madre e hija (2006) realizada en óleo con una dimensión de  54 x 94 cm. 

La pintura de una gran carga poética refleja la intención de nuestra experiencia hecha relato, siendo un caso real, una vivencia, es fascinante identificar en ésta: la ternura y el dolor, el esfuerzo de una madre y su hija que se contemplan con esperanza. La femineidad de sus miradas contrasta con la pincelada larga y gruesa de una paleta de colores fríos y terrosos, la hija es sostenida y se apoya en el abrazo asimétrico entre la languidez del regazo, un brazo delicado, delgado y una mano grande y fuerte. Será esa mezcla lo que hace que una mujer supere su condición y sorprenda con su entereza.

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