“El día en que todo salió mal” iba a
ser el título de este escrito, sin embargo la idea no es desalentar a quien haya tenido un mal
día. Todos en algún momento hemos atravesado días difíciles. Así empiezan muchos libros, relatos novelados,
películas y telenovelas, es un recurso
argumentativo que usa el escritor para sumergirnos en la psicología del
personaje principal que actúa como narrador confeso de su propia tragicomedia.
-Prosigo: Hay días malos y días buenos, días
felices, y bueno, días que muchos hubiésemos deseado: no salga el sol. En cuanto al clima, no sé porqué
universalmente asociamos días lluviosos con la tristeza, a mi –en particular- me cautiva la lluvia: su olor, el sonido creciente y decreciente del
agua cayendo, la brisa fresca, el ruido del chapoteo, los techos sonando, ver
el cielo gris me da una sensación de seguridad, además de comodidad a la vista, me gustan
tanto los días nublados, son la combinación perfecta para quedarse en casa,
trabajar empijamado, así como hoy, abro
la ventana, tomo mi lapto y mientras bebo una taza de café caliente -humeante y oloroso-, escribo la
confesión de mi debilidad.
Un día de esos inolvidables, estando
yo en una iglesia populosa, llenos todos los bancos de personas con sus caras
flacas, gordas, caricaturescas, lindas y espeluznantes, se me pide si puedo
participar de los oficios recitando el salmo del día, como estaba con mi novia
accedí, el enamorado no se niega a nada, según la sabiduría popular “enamoraO
no es gente” y doy fe de ello. Acto seguido, subo al ambón, esa cosa que
colocan a un lado del altar católico, en donde los que no son sacerdotes leen y
participan de la misa haciendo ciertas lecturas. No me sentía como de
costumbre, un no sé qué acontecía entre las columnas de mi ser, comienzo a
recitar aquel dichoso salmo procurando entonar las frases, articulando: tono,
timbre, armonía y texto según el estilo gregoriano tradicional; pero esta
rimbombancia pretendida se quedará en el camino, mi pecho se aprieta, mi
corazón salta y golpea para querer salir por mi boca, siento frío, mi frente exuda
goterones, mis manos bailan al song del más sordido reggaetón que suena estridente en la
esquina de la plaza, mis piernas se derriten como chicle en el asfalto y mi
lectura es tan torpe como la de un niño en sus primeras lecciones del abecedario.
Mi mente sorprendida pregunta: ¿qué
está pasando… nunca me había equivocado, así en público, qué vergüenza? No solo
leí mal, cambié los versículos del salmo, modifiqué La Palabra de Dios diciendo
disparates, porque no podía creer lo que estaba leyendo, David pidiéndole a
Dios “destrúyenos, somos malos, no merecemos Tu perdón, haz que los enemigos
nos invadan, nos aniquilen y nos humillen” y así más y más cosas peores –lo
cierto es que dije todo lo contrario a lo que allí estaba escrito-. Cuando al fin levanto los ojos, veo el
rostro sereno de esa mujer y su hermosa mirada que me hacía sentir lo
impensable solo con parpadear, sentada en la distancia, brillaba para mí, solo
para mí... Como la luz al final del túnel.
Terminado mi suplicio como
salmista del desastre, nadie se enteró de los neo-versículos, excepto el
bendito cura, con el cual me disculpé
luego en la sacristía, la feligresía solo tuvo que soportar el trastabilleo de
una mala lectura ¡Por Dios Santo, era como estar en Tv en vivo y tener una
caraota en el diente! Mis axilas eran par de arepas en mi camisa recién planchada.
Luego de bajar del altar y volver a mi lugar, lo más digno que pude, al estar
sentado junto a mi novia no salía del asombro de lo ocurrido. Aún hoy recuerdo
el frío de la madera al momento de sentarme y lo cálida de su mano suave y
perfumada, mi enamorada sonrió tímidamente y se acojinó en mi regazo con
elegancia y tierna mesura.
Momento de Publicidad: Mido 1,80m de
altura, peso 95 kilos, tengo los ojos grandes color café de mi madre, piel clara trigueña
de mejillas rojas de siempre reír, por aquellos días usaba el cabello
largo con risos negros, hablo en un tono alto, camino con seguridad, y, no soy
precisamente un blanco de humillaciones, me gusta hablar en público o a grupos
numerosos sin temor, pena ni gloria; además me encanta conocer gente nueva y no
tengo pelitos en la lengua para iniciar una buena conversación con un
desconocido o un recién presentado, aunque debo reconocer que soy un tímido-extrovertido, esto último es un rasgo al que he tenido que acostumbrarme, vivir conmigo es algo particular, no me gusta sentir miedo, aquello a lo que temo, más que una molestia representa un reto a ser superado y no un obstáculo en mi
caminar.
Al tocar la mano sedosa de aquella
mujer a la que cortejaba, lo entendí todo, la solo presencia de ella me tenía
fuera de mí, todo control personal, todo dominio emocional, toda
planificación estaba anulada por el volcán de emociones que su amor generaba en
mí. Esa joven sencilla, bella, auténtica, humilde en modales: Era mi kryptonita,
mi debilidad, tenerla cerca era hacerme humano, bajar del pedestal de mi
infalibilidad. Este estado de fragilidad -nuevo para mí- me tenía consternado,
afectado, inquieto; hasta para el amor debemos adecuarnos.
Esta relación tuvo su tiempo, su clímax
y un desenlace, hoy somos amigos, chateamos cada cierto tiempo; pero, aquel día
en el cual caí en la conciencia de mí finitud, de mi posibilidad a equivocarme, del
no control que tenemos sobre nada a
nuestro alrededor: Eso no salió de mi
memoria.
El día en que todo salió mal, se convirtió en el espacio en el que
aprendí a caer y a levantarme, a no tener miedo en admitir mis errores, a
saber-me un perfecto imperfecto perfectible, una obra en proceso. Hombre y niño…
Gracias por leer-me
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